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Autoestima sin mandato: una mirada más humana

“No estamos hechos para ser felices, sino para estar de acuerdo con nosotros mismos.”— Baruch Spinoza

Vivimos en una época que nos ha convencido de que la felicidad es un destino alcanzable si trabajamos lo suficiente en nosotr@s mism@s. Que si nos despertamos a las 5 de la mañana, hacemos journaling, meditamos 15 minutos, seguimos una dieta alcalina, y agradecemos cada microsegundo de vida, entonces y solo entonces seremos felices.


La promesa es tentadora. Pero también, agotadora.


Yo misma he estado ahí, haciendo estos malabares. Sienta bien, si, pero agota.


La psicología positiva, nacida como contrapeso necesario a la psicología tradicional centrada en la patología, trajo consigo una mirada valiosa sobre el bienestar, la gratitud, las fortalezas y las emociones agradables. Sin embargo, su popularización ha dado lugar a un discurso individualista de la felicidad que, lejos de liberarnos, nos ha impuesto una nueva obligación moral:

Ser felices a toda costa. Incluso cuando el mundo arde, incluso cuando no podemos más.


Como señala Kindler en su reflexión sobre repolitizar la felicidad, muchas personas jóvenes hace tiempo que se replegaron sobre sí mismas. La “buena vida” se ha transformado en un proyecto de autorrealización individual, desvinculado de las condiciones sociales, económicas y culturales en las que existimos.


Y la autoestima ha sido arrastrada a esa misma lógica: si no te amas, el problema eres tú.


Si estás agotada, si no rindes, si no alcanzas tu máximo potencial... debes esforzarte más.


Medita. Haz yoga. Apúntate a un taller de mindfulness patrocinado por tu empresa.


Consume tu bienestar como un nuevo producto.


Así, la autoestima, una necesidad humana legítima y profundamente relacional, se convierte en una trampa.


En un mandato.


En una herramienta de productividad.


Nos desconectamos del dolor, del cansancio, de la vulnerabilidad, para convertirnos en versiones optimizadas de nosotr@s mism@s. Pero, ¿para quién?



Mientras tanto, suben las estadísticas de antidepresivos, de adicciones, de burnout, de trastornos de ansiedad. Vivimos conectad@s a una red que nunca se apaga, que nos recuerda a cada momento que no estamos haciendo lo suficiente.


Y en lugar de parar, mirar el sistema y decir “esto no está funcionando”, como bien apunta Kindler (que me tiene fascinada) desarrollamos más técnicas para aguantar.


Más resiliencia para seguir adelante.


Más autoayuda para soportar lo insoportable.


Y aquí es donde me parece urgente recuperar otra mirada. Una mirada que reconozca que la autoestima no es una tarea solitaria, sino una construcción relacional.


Que no se trata de cumplir con una versión ideal de uno mismo, sino de poder convivir con lo que somos, sin necesidad de adorarnos.


Spinoza lo dijo con claridad hace siglos: el bien supremo es el acuerdo con uno mismo.


No un amor narcisista ni un optimismo forzado, sino un consentimiento lúcido hacia quienes somos. Aceptar nuestras luces y nuestras sombras, no con entusiasmo, pero sí con integridad.


No identificarnos por completo con nuestro yo ideal ni naufragar en la autoexigencia feroz.


Traer de una vez por todas, la amabilidad a nuestros propios procesos.


Quizás ahí reside una nueva forma de autoestima: en dejar de luchar por ser alguien mejor y empezar a sostenernos entre tod@s.


A dejar de vendernos la felicidad como una línea de meta y empezar a hacer comunidad.


A reconocer que no estar obligad@s a amarnos también puede ser un descanso. Que la ternura, el cuidado y la dignidad no pasan por subir escalones, sino por tender puentes.


En mi podcast Lo que me cuento quiero abrir estos espacios. Donde la autoestima no es un mandato, sino un territorio que habitamos. Un lugar donde cuestionar los discursos que nos pesan y ensayar nuevas formas de estar con nosotr@s mism@s y con los demás.


Con más humanidad. Con más amabilidad. Con más verdad.



💜 Carolina Contador


Psicóloga. Acompaño a personas que quieren dejar de repetir mandatos que duelen y empezar a escribir una relación más amable consigo mismas.

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