El poder de las pausas: por qué descansar también construye autoestima
- Carolina Contador Trevijano
- 5 oct
- 5 Min. de lectura
Hay silencios que no significan vacío, sino espacio.Y hay pausas que no son pérdida de tiempo, sino encuentros.
En un mundo donde parece que solo valemos por lo que producimos, parar se ha convertido en un acto contracultural, casi de rebeldía, diría. Vivimos pendientes de resultados, de listas de tareas, de métricas invisibles que nos dictan si “vamos bien” o “nos estamos quedando atrás”.
Incluso cuando descansamos, lo hacemos con un ojo puesto en la productividad, es decir, el descanso tiene que ser “útil”, “merecido”, “aprovechado”.
Pero ¿qué pasa cuando dejamos de hacer y simplemente somos?
Ahí es donde se abre un espacio profundamente terapéutico, el de las pausas conscientes.
Detenernos puede resultar inquietante. De pronto, desaparece la distracción constante, y lo que queda es la compañía de unx mismx. Para muchas personas, ese espacio sin estímulos se llena de pensamientos como: “Debería estar haciendo algo.” “Estoy perdiendo el tiempo.”“No estoy siendo productiva.”
Esa incomodidad no tiene que ver con el descanso en sí, sino con las creencias que hemos internalizado sobre el valor personal. Desde muy pequeños, muchos aprendimos que el reconocimiento llega cuando “hacemos las cosas bien”, cuando destacamos, cuando somos útiles. Así, sin darnos cuenta, nuestra autoestima se va construyendo sobre la acción, no sobre el ser.
Por eso, cuando paramos, algo dentro se resiste, el descanso amenaza ese sistema de validación. Nos confronta con la pregunta más simple y más profunda, ¿Quién soy cuando no estoy haciendo nada?
Ahí aparece el miedo a no valer, a ser prescindible, a perder el control. Pero ese mismo miedo es también la puerta de entrada a una autoestima más estable, menos dependiente del rendimiento.
La autoestima no se fortalece solo repitiéndonos frases positivas, sino tratándonos de forma amable y coherente. Cada vez que ignoramos nuestras necesidades de descanso, reforzamos la idea inconsciente de que no merecemos parar, de que debemos “ganarnos” el derecho a respirar.
Descansar, en cambio, es un mensaje profundo al sistema nervioso y a la mente:“No tengo que hacer nada extraordinario para merecer cuidado.”
Es , en esencia, un acto de autocompasión práctica, como diría Kristin Neff, reconocer el propio cansancio sin juicio, validarlo, y responder con amabilidad.
Cuando nos permitimos parar sin culpa, estamos construyendo un tipo de autoestima silenciosa pero sólida, la que no depende de logros, sino de presencia, de la esencia de unx mismx.
Descansar también repara la relación con nuestro cuerpo. El cuerpo no es una herramienta al servicio de la productividad, sino nuestro hogar. Escucharlo, permitirle recuperarse, nutrirlo y cuidarlo sin exigencias, es otra forma de decirnos “soy importante para mí”.
Las vacaciones o los períodos de pausa larga no son solo un “premio” tras el esfuerzo, si no que pueden ser espacios de reconexión identitaria. Cuando el ruido diario baja, emergen preguntas que no siempre tenemos tiempo de escuchar: ¿Qué me hace bien de verdad?
¿Qué cosas hago por costumbre y cuáles por deseo? ¿Qué me está pidiendo mi cuerpo, mi mente, mi alma?
A veces, las respuestas no son cómodas. Descansar también puede confrontarnos con el vacío, con la falta de propósito o con el cansancio emocional acumulado. Pero en ese silencio reside algo valioso, la posibilidad de reorientar el rumbo.
El descanso no es solo físico, sino existencial. Nos permite ver con perspectiva, cuestionar automatismos y volver con más claridad, no con más prisa.
Por eso, una pausa bien vivida no es un paréntesis entre dos etapas de productividad, sino una transición consciente entre dos formas de estar en el mundo.
No necesitamos esperar a las vacaciones para reconectar.Podemos entrenar el descanso en el día a día, a través de micro-momentos de pausa que nos recuerdan que somos más que nuestras tareas.
Algunas ideas para practicarlo:
Pausa de respiración consciente: Cierra los ojos, pon una mano en el pecho y otra en el abdomen. Respira profundo, notando cómo el aire entra y sale. Permite que la respiración te devuelva al cuerpo.
Pausa sensorial: Dedica unos minutos a saborear algo sin distracciones. Observa los matices del aroma, la textura, la temperatura. Esto entrena la presencia plena, un antídoto natural contra la ansiedad.
Pausa corporal: Haz estiramientos suaves, siente el peso de tus pies en el suelo, siente tu temperatura corporal. En vez de “escapar” del cuerpo, regresa a él.
Pausa digital: Aleja el teléfono media hora. Recupera la experiencia de mirar por la ventana o caminar sin auriculares. El silencio externo crea espacio interno.
Pausa emocional: Antes de reaccionar ante algo que te molesta, respira y pregúntate:¿Qué estoy necesitando en realidad? Esta pregunta cambia la dirección de la energía, del impulso hacia fuera a la conexión hacia dentro.
Estas pausas son gestos de respeto hacia ti mismx. No hacen tu día menos productivo, lo hacen más humano.
Dejame hablarte de esa trampa de la productividad y como se relaciona con el mito del merecimiento. Vivimos bajo una idea profundamente arraigada, que el descanso debe ganarse.
Que hay que “merecerlo”.
Que solo después del esfuerzo, la pausa tiene sentido.
Pero esa lógica mantiene viva una autoestima condicional: “valgo si cumplo, descanso si rindo”. El problema es que ese ciclo nunca termina. Siempre hay algo más por hacer, algo más por mejorar, algo más por demostrar.
El descanso genuino nace cuando rompemos ese bucle. Cuando entendemos que el valor no se acumula con horas trabajadas ni se pierde con una siesta. Que parar no nos hace menos valiosos, sino más reales.
Desde la psicología humanista, podríamos decir que el descanso nos devuelve al ser frente al hacer. Nos recuerda que la existencia no necesita justificación. Que el simple hecho de estar vivos ya merece respeto y ternura.
Te propongo un pequeño reto terapéutico para esta semana:
Durante siete días, haz tres pausas conscientes al día: una por la mañana, una al mediodía y una antes de dormir.
Observa tu cuerpo. Nota dónde hay tensión, cansancio, movimiento.
Observa tu mente. ¿Qué te estás diciendo? ¿Hay culpa, prisa, autoexigencia?
Repite una frase amable.Puede ser: “No tengo que hacer nada para merecer estar bien.” “Mi descanso también es parte de mi valor.” “Hoy me cuido, aunque no haya hecho todo lo que esperaba.”
Anota cada día cómo te sientes. Con el tiempo, notarás que las pausas dejan de ser interrupciones y se convierten en una forma de estar contigo.
Descansar no es renunciar, es regresar.
Regresar a la calma, al cuerpo, al presente.
Regresar a una relación más amable contigo, donde no necesitas demostrar nada para sentirte suficiente.
La autoestima no se mide en productividad, sino en la capacidad de sostenerte con respeto, incluso cuando no haces nada.
Porque el descanso no te quita valor. Te lo recuerda.

Carolina 💜
Psicóloga. Acompaño a personas de todas las identidades a vivir con dignidad emocional y a construir vínculos auténticos.



Comentarios