Cuando no te crees tu lugar: el síndrome del impostor y la herida de no sentirse suficiente
- Carolina Contador Trevijano
- 6 jul
- 3 Min. de lectura
Hay personas que logran mucho, y sin embargo viven como si no hubieran logrado nada. Son las que se disculpan por hablar de sus éxitos, las que se sienten incómodas cuando alguien las elogia, las que piensan que están a un paso de ser descubiertas como un fraude.
A esto lo conocemos como síndrome del impostor.
Pero más allá de un concepto, es una experiencia emocional profundamente solitaria. No se ve desde fuera, pero duele por dentro. Y no solo afecta a la autoestima individual, también daña nuestro lugar en el mundo. El derecho a pertenecer, a brillar sin pedir perdón por ello, a sostener nuestra voz sin temer que no sea merecida.
El síndrome del impostor es una trampa mental que no distingue tus logros. No aparece solo cuando fracasamos, sino paradójicamente cuando más conseguimos.
No importa cuántas metas se alcancen, si la mente está atrapada en la idea de “no soy suficiente”, cada logro se percibe como una excepción. Cada paso adelante se atribuye a la suerte, al esfuerzo extremo, al no haber sido descubiertx todavía.
La persona con síndrome del impostor no se permite integrar sus capacidades. Vive en un desequilibrio interno donde hay una diferencia entre lo que es capaz de hacer y lo que cree que vale. Por eso, se esfuerza el doble, se exige más, y aún así, no logra sentir que es suficiente.
Como si la vida se viviera con una deuda pendiente consigo mismx.
Y aunque la narrativa habitual tiende a individualizar este malestar, lo cierto es que no se da en el vacío. El síndrome del impostor está profundamente enraizado en factores sociales, culturales y estructurales.
Afecta con mayor frecuencia a mujeres, a personas racializadas, a neurodivergentes, a miembros de colectivos históricamente excluidos.
¿La razón?
Vivir en un entorno que no reconoce con la misma facilidad tu valor, que te exige más para validarte, que no te ofrece referentes que se te parezcan, ni contextos donde sentirte segurx siendo quien eres.
En estos casos, no es solo una inseguridad personal, es una experiencia colectiva de falta de pertenencia.
Una sensación de tener que demostrar constantemente que mereces el lugar que ocupas, aunque hayas trabajado el doble por llegar ahí.
Por eso, necesitamos hablar de autoestima no solo como una experiencia interna, sino como un fenómeno relacional. Sentirnos válidxs no depende solo de lo que nos decimos, sino también de las condiciones que nos rodean, de cómo nos tratan los demás, del lugar que se nos otorga en las dinámicas sociales y laborales.
Una autoestima sana necesita entornos donde podamos reconocernos sin miedo, donde podamos ser distintxs sin ser penalizados por ello, donde se valore no solo la competencia, sino también la vulnerabilidad.
Necesitamos espacios seguros para aprender, fallar, compartir, crecer. Y también para decir “sí, esto lo logré yo”, sin culpa.
Salir del síndrome del impostor no es un acto de voluntad repentina. Es un camino lento de reconocimiento y compasión.
Implica revisar las creencias que hemos interiorizado, desmontar los prejuicios que también hemos dirigido hacia nosotrxs mismxs, y hacer espacio a la duda sin dejarnos gobernar por ella.
Es clave desarrollar una mirada más realista y amable sobre nuestras capacidades.
Aprender a distinguir cuándo la exigencia es interna y cuándo es una respuesta a un entorno que constantemente nos evalúa.
Y sobre todo, dejar de preguntarnos si estamos a la altura, y empezar a preguntarnos:
¿Quién carajos puso esa vara de medir? ¿Por qué no puedo redefinirla desde mis propios valores?
Una de las salidas más potentes al síndrome del impostor es la conexión con los demás desde un lugar honesto.
No el “encajar” a toda costa, sino el pertenecer sin dejar de ser.
Construir vínculos donde podamos hablar del miedo a no ser suficiente, sin que eso ponga en duda nuestro valor.
Espacios donde no haya que esconder los nervios, ni simular seguridad, ni competir por ser validadxs.
Porque al final, lo que más cura no es la perfección, sino la pertenencia.
Saber que no estamos solxs en este malestar.
Saber que nuestras dudas también son compartidas.
Y que podemos aprender, como comunidad, a sostenernos en la verdad de lo que somos, sin miedo a que nos descubran.
💜 Carolina Contador
Trabajo la autoestima como un camino compartido,

para que puedas habitar tu lugar sin miedo, con dignidad y verdad.



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