¿Que pasa con nuestra autoestima cuando el cuerpo dice “no” en nuestro camino a la reproducción? ¿Cuanto nos cuestiona ese peso del ideal materno?
- Carolina Contador Trevijano
- 28 jul
- 3 Min. de lectura
Hay caminos que no se comparten fácilmente. Algunos duelen tanto que solo el silencio parece adecuado. El deseo de ser madre es uno de ellos. Pero, ¿qué ocurre cuando el cuerpo no acompaña? ¿Qué pasa con la autoestima cuando el proyecto de vida que nos ilusiona se tambalea?
En los últimos años he acompañado a muchas mujeres en este proceso. Mujeres que han hecho todo lo posible: que han leído, se han formado, han cambiado su alimentación, han dejado hábitos, se han cuidado con esmero.
Y, sin embargo, el embarazo no llega. O llega una enfermedad. O una cirugía. O una noticia que les cambia el rumbo: “ya no podrás ser madre de forma natural”.
Una mujer me decía recientemente algo que se me quedó grabado: “A veces siento que he tardado demasiado en poner mi vida en orden. O que mi cuerpo me grita que no estoy preparada. Que no debo ser madre.”
Estas palabras, aunque parezcan únicas, las he escuchado en distintas voces, con diferentes matices. Porque detrás de cada intento fallido, de cada ciclo de FIV, de cada espera interminable, hay una conversación silenciosa con una misma.
¿Estoy haciendo algo mal? ¿Es culpa mía?
Muchas veces este dolor no se nombra. No se habla del duelo por la maternidad que no llega, o que llega diferente. No se habla del impacto que esto tiene en la autoestima, en la identidad, en la propia valía.
Vivimos en una cultura que idealiza la maternidad como algo natural, espontáneo, casi mágico. Pero cuando el embarazo no ocurre, esa imagen se rompe. Y lo que aparece no es solo la tristeza, sino también la vergüenza, la culpa, la sensación de fracaso.
Desde mi experiencia personal y en consulta, veo cómo muchas mujeres sienten que su cuerpo las ha traicionado. Que han fallado. Que llegan tarde. Que no han hecho lo suficiente.
Y en esa narrativa tan dura consigo mismas, olvidan todo lo que han sostenido. Todo lo que han cuidado. Todo lo que han esperado.
No hay nada roto en una mujer que no puede gestar. No hay nada que necesite ser explicado, justificado. El cuerpo no es una máquina que cumple objetivos. El cuerpo también habla, y a veces lo hace desde el límite, desde la enfermedad, desde el “no puedo más”.
Y sin embargo, en nuestra sociedad, este tipo de vivencias se viven en silencio. Se medicalizan rápido, se sobreexigen en silencio, y se vinculan, casi sin darnos cuenta, a la idea de “éxito” o “fracaso vital”.
Como si ser madre fuera una demostración de plenitud, y no una experiencia más entre muchas otras posibles.
Me interesa abordar este tema desde una mirada más amplia. Porque lo que muchas mujeres viven como un problema individual (“yo no puedo”, “yo no llegué a tiempo”, “yo estoy fallando”) en realidad está atravesado por lo social.
Vivimos en una cultura que no da espacio a otros tiempos posibles. Que no entiende la diversidad de caminos hacia la maternidad.
Que juzga a quien lo intenta “demasiado pronto”, y también a quien lo intenta “demasiado tarde”.
Que presiona con relojes biológicos, ideales de pareja, y cuerpos que deben responder a todo.
Por eso, cuando una mujer llega a consulta con estos dolores, no solo escucho su historia. Sino que también escucho el eco de una estructura que la ha hecho sentir sola, culpable, inadecuada.
Seguir adelante con tratamientos como la FIV puede ser esperanzador, pero también emocionalmente devastador. Es un proceso largo, lleno de controles, incertidumbre, hormonas, cifras y silencios.
Y en medio de todo eso, está el deseo. Ese deseo profundo de formar una familia, de gestar, de cuidar.
Un deseo que merece ser sostenido con ternura, no con exigencia.
Es posible desear con fuerza, y a la vez no castigarse cuando el cuerpo no responde. Es posible abrazar el duelo sin perder la dignidad. Es posible hablar con una misma con más comprensión, menos juicio.
Y es posible, también, pedir ayuda.
Abrirse a la conversación. Buscar espacios donde una pueda sentirse escuchada, sin necesidad de explicarse o justificarse.
Este artículo nace de muchas voces. De muchas historias. De muchas mujeres que han compartido conmigo su proceso y su dolor. Y nace también del deseo de abrir la conversación. De nombrar lo que a veces se calla. De decirte que “no estás sola”.
A ti, que estás en medio del proceso. A ti, que sueñas con ser madre y te duele el cuerpo y el alma. A ti, que te sientes culpable, o enfadada, o agotada.
No estás rota. No estás tarde. No estás sola.
Tu historia merece ser contada sin vergüenza. Tu deseo merece ser sostenido con cuidado.Y tu valor no depende de un test de embarazo o de cómo llegaste o no a ser

madre.
Carolina Contador 💜Psicóloga especializada en autoestima, vínculos y acompañamiento emocional en procesos vitales complejos



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